domingo, 21 de abril de 2013

MACLOVIA


La ciudad de Maclovia era de las más grandes del país, un centro logístico, una metrópolis regional; no dormía, todos los caminos llevaban a ella y bien valía una misa.
Sus calles eran de mármol, literalmente, por lo menos las del centro. Cada vez que llovía (lo cual ocurría con frecuencia), la gente se metía unos talegazos que se quedaban secos en el suelo, mirando hacia arriba, mojándose la espalda y la cara. Pensaron en cambiar las calles, pero no sabían que hacer con el mármol. Otros decían que había que poner una moqueta para evitar que la gente se resbalara, pero el arquitecto que las diseñó amenazaba con demandar a la ciudad por alterar su obra sin su consentimiento.
La opinión generalizada era que los turistas dejarían de venir, ya que venían a la ciudad para sentarse en la cafeterías y grabar a los transeúntes con el móvil, albergando la esperanza de que se resbalaran y se partieran la crisma o la rabadilla para luego subirlo a sus perfiles de Facebook.
En cierta ocasión una señora mayor, de esas que se levantan a las 8 para poder pasarse 4 horas en una cafetería con un cortado, se dirigía a comprar la Pronto cuando se resbaló y cayó en la calle principal, con tan mala suerte que en ese momento venía un grupo de japoneses con un guía. A pesar de lo educados que son los japoneses, en lugar de ayudar a la vieja a levantarse se dedicaron a grabarla y reírse a estilo japonés (tapándose la boca y bajando la mirada). A la señora le dio un soponcio y estuvo un mes hospitalizada, lo que provocó que entorno a ella se creara un movimiento de repulsa contra los turistas.
Maclovia dejó de ser una ciudad receptiva con los visitantes, se convirtió en un infierno. Los camareros escupían en sus cervezas. Los taxistas les toreaban, arrancando y frenando sus taxis cuando intentaban subir. Los vecinos le metían una colleja a cualquiera que hablara un idioma que no fuera el propio. En los hoteles, recepción llamaba a los huéspedes a las 3 de la mañana para despertarlos y por muy temprano que se levantaran éstos, ya habían cerrado el buffet de desayuno.
Más adelante, estas pequeñas muestras de animadversión grosera se convirtieron en un deporte y, como deporte, se favorecía la competitividad. Se empezaban a oír historias de puñaladas traperas, de miembros amputados y turistas en llamas. Esta escalada de violencia no hizo descender el numero de visitantes sino cambiar su perfil. Las familias huían en masa a la vez que llegaban cruceros llenos de aficionados al masoquismo. Nada estaba más de moda en ese círculo que irse a Maclovia a que te metieran una somanta de palos. Viendo la nueva situación, el consistorio redujo la multa por agresiones de 2000 a 50 euros para incentivar este tipo de turismo.
Además de cruceros de masoquistas venían cruceros de sádicos a montar sus particulares safaris, con turistas y ciudadanos. Estos últimos no querían ser víctimas y comenzaron a ponerse en forma para no acabar siendo la presa en el caso de hallarse envueltos en una persecución. Esto mejoró mucho la salud de los maclovianos y su aspecto físico, ya que la fiebre del ejercicio provocó que cualquier ciudadano de a pie luciera una figura propia de los anuncios de ropa interior.
Debido a esto, Maclovia pasó a ser la ciudad más atractiva del mundo y dejó de ser el escenario de la mitad de vídeos de leches en internet. Ahora la gente si que ayudaba a los que se caían, porque eran guapos, antes no, antes como si nada.

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