domingo, 21 de abril de 2013

La ciudad de Rosaleda



Se ha escrito tanto de Rosaleda (y aún) que resumir su esencia en estas líneas (y aún se) se me aventura domar océanos (y aún se escribirá tanto). La ciudad de Rosaleda se contagia, se contagia como un bostezo que repta desde el altiplano de Calora hasta la orilla muda de Lago Grande. De mi último viaje a esta tierra fértil de quimeras rescato a alguien de mi memoria: “¡Ciudad de locos (de locos)!, no se le olvide, ¡ciudad de cuerdos!, no se le vaya a olvidar, ciudad de… ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? ¡A mí la legionela!”. Siempre me impacta regresar aquí. Aunque sé qué me voy a encontrar, siempre termina impactándome. Tal vez por eso, no, nada de tal vez, seguro (que) que es por eso por lo que regreso. En Rosaleda viven tanto, tanto cuerdos que dudan como locos con máscara de cuerda (viven) que se cuentan sus hazañas a la puerta de los cines. Aquí, en Rosaleda nadie escatima el azúcar en su café y muchos anotan en libretas cosas en libretas, libretas que caben en un segundo, cosas como el número de marcos de fotografía y de biografías que conviven en el rastro. Hoy en una plaza hay un parque pero mañana, a primera hora, nacerá un circo, que aparece así, por hechizo y que está repleto hasta lo más alto de su cúpula de trapecistas y tramoyistas y malabaristas y funambulistas y equilibristas y payasos, (y) muchos payasos. Los que no pueden pagar la entrada pasearán (ululan)do por las azoteas queriendo aparentar que lo que brilla en su estómago son diamantes y no hambre. ¿Y qué decir de los tumultos que se arman en Rosaleda? Aficionadísimos son sus habitantes. Con que diga que tienen un día para celebrarles culto basta. En una ocasión yo mismo fui testigo de uno de ellos donde la gente se mezcla y se conoce y, si quieren, se aman y se casan (y se aman) de nuevo y unos metros más allá en una capilla de cartón piedra que avanza por gracia de unas ruedas de ciclomotor y, otros pocos metros más acá tienen ocasión de ver a la luna pasar el rastrillo entre la avena. Se diría que la gente de Rosaleda es feliz (y aún). Por mis viajes lo puedo decir. A pesar de todo, (a pesar) incluso (de la legionela).

Escrito por Ernest Peris.

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