miércoles, 27 de enero de 2016

Texto 3000 palabras: MARDI GRAS


Tras la catástrofe del huracán Katrina, Nueva Orleans vivía inmersa en un autentico caos.  A primeros del 2006, comenzaron a circular por sus calles bandas armadas que se dedicaban a desvalijar comercios y viviendas, incluso a matar si era necesario para conseguir sus propósitos. Sucedió sobre todo en el Barrio Francés y el sur de la ciudad, esta fue la más perjudicada por las inundaciones al tratarse de una  zona con casas muy antiguas, donde la población estaba más desprotegida y sus habitantes sufrían mayores carencias. La poca gente que quedaba, tenía miedo. La que podía optaba por marcharse.

 En este período de confusión, muchos policías y militares de otras ciudades acudieron a Nueva Orleans como refuerzo, ya que sus propios agentes se lanzaban a la calle liderando a las bandas de saqueadores. Fue en este momento cuando John Wilson, un joven policía de Wisconsin, pidió voluntariamente su traslado a esta ciudad. Estaba harto de vivir con su madre, una mujer de carácter muy fuerte, que quería controlar hasta el más mínimo detalle de su vida.  Él, aunque la quería, no estaba dispuesto a soportar ni un minuto más esa situación. Con este cambio vio  la oportunidad de liberarse de ella durante una larga temporada, al mismo tiempo que la posibilidad de poder ayudar a las personas que lo necesitaban, intentando restablecer el orden en esa ciudad. Por y para eso se había hecho policía.

Uno de los cabecillas de las bandas armadas que se dedicaban al saqueo y al asesinato era el inspector de policía Tom Miller, a cuyas órdenes  debía ponerse John.

Tom era un tipo duro, hecho a sí mismo. Alto, fuerte y sin ningún tipo de escrúpulos. Su mezquindad llegaba hasta límites insospechados. Era tan indeseable que fue capaz de dejar morir a su antiguo compañero y amigo Alan, que había quedado discapacitado como consecuencia de  un tiroteo en el que ambos se vieron involucrados. Cuando las inundaciones, acudió a su casa con la intención de socorrerlo, pero como siempre le pudo la avaricia y su prioridad fue apoderarse de todos los objetos de valor que poseía: joyas, dinero y una buena colección de cine porno y juguetitos sexuales con los que ambos se habían divertido más de una vez en las fiestas que acostumbraban a organizar con  prostitutas. Así era él, y no se avergonzaba en absoluto de su carácter. Todo lo contrarío, le gustaba alardear de sus   “hazañas” delante de los compañeros mientras tomaban unas copas, sin importarle lo que pudieran pensar. Bebía y bebía hasta que se quedaba sin conocimiento y alguno de ellos le llevaba a casa para que durmiera “la mona”. Por descontado, al día siguiente estaba con una resaca de muerte y no había quien le dirigiera la palabra, pues su innata agresividad se multiplicaba.

Pero Tom tenía una debilidad llamada Dominic Lacroix, una preciosa y espectacular mujer de la cual estaba perdidamente enamorado. Dominic era la reina del los negocios ilegales en la ciudad y él habría sido capaz de realizar cualquier cosa por conseguirla, incluso matar si hubiera sido necesario. El fin justifica los medios –pensaba-, aunque  era consciente de que  más tarde o más temprano los errores se pagan y pasan factura. Tenía la experiencia de Alan.

Dominic Lacroix era cantante y dueña de uno de los clubs de jazz más conocidos de la ciudad, situado en una de las calles principales del Barrio Francés. Todas las noches actuaba allí. Su voz aterciopelada dejaba sin aliento a todo el que pasaba por su local. La apodaban “la diosa de Ébano” y eso es lo que parecía cuando se subía al escenario, enfundada en uno de esos fantásticos vestidos de lamé que solía lucir y que se adaptaban a su cuerpo, resaltando su voluptuosidad. Era la dueña de ese club y de otros tantos en la ciudad, los había heredado de su compañero Max Didier, un pez gordo de la Mafia que se había  relacionado con las más altas esferas políticas del Estado de Lousiana, al tiempo que controlaba varios negocios (no muy respetables) sobre los que las autoridades hacían la vista gorda a cambio de innumerables favores beneficiosos para todos. Ahora era ella la que gestionaba estos garitos y  negociaba con esos individuos. A tal fin en ocasiones debía utilizar todas sus armas de mujer, así conseguía encandilar a más de uno de dichos personajes, por los que no tenía ningún aprecio. En innumerables ocasiones fingía que sentía algo especial por alguno –cosa que le repugnaba-  para conseguir lo que se proponía. Pero era una mujer fuerte y astuta, debía seguir con todos esos negocios, de los que no estaba muy orgullosa, hasta lograr averiguar  por qué habían asesinado a Max, y no pensaba rendirse hasta conseguirlo. Además de esta retahíla de empresarios y políticos a los que tenía que atender y aguantar estaba Tom, un inspector de policía  obsceno y grosero al que no soportaba y  tenía que reír las gracias  casi todas las noches que actuaba. No solo eso, además debía tomarse alguna que otra copa con él, fingiendo que se sentía atraída por sus huesos. Todo a cambio de conseguir inmunidad policial.  Ella, como mujer, tenía claro que aquel tipejo no se conformaría solo con tomar unos tragos, en sus ojos leía que deseaba algo más, era evidente que estaba enamorado de ella por la forma en la que se comportaba y la trataba. Desde que Max había muerto, lo veía más seguro y decidido, como si ella le perteneciera, cosa que no le gustaba lo más mínimo; le daba miedo, conocía a esa clase de individuos. Tenía que cortar como fuera. Para ello pensó en involucrarle en alguno de sus negocios. En unas semanas debía realizar una nueva “entrega” en uno de sus locales, el destinatario era un alto cargo del ayuntamiento de la ciudad, le pediría que fuera el encargado de supervisarlo. Así le tendría cogido por los huevos y en el caso de que insistiera en molestarla lo utilizaría como escudo, podría chantajearle, amenazándolo con contarlo a sus superiores. Además, le entregaría una buena cantidad de dinero por el servicio, la cual se encargaría personalmente que quedara registrada en sus libros de contabilidad con nombre y apellidos.

Dichos trabajos, por descontado, no los realizaba ella personalmente, para los mismos tenía a su fiel amigo y compañero Smith, quien la idolatraba y era también capaz de cualquier cosa por ella. La conocía desde niña, fue íntimo amigo de su padre y la acogió como a una hija; luchó por su custodia  hasta que logró conseguirla y ni nada ni nadie podría separarlos. Dominic  comenzó cantando en el coro de su iglesia y destacaba por su preciosa voz. Entonces él, consciente del gran potencial de aquellas cuerdas vocales, trabajó duro –día y noche- para poder pagarle sus estudios y la convirtió en lo que ahora era. Por eso mismo no estaba contento del giro que había tomado su vida. Desde el fatídico momento en el que conoció a Didier y se fue a vivir con él, cambió. Tenía una brillante carrera como cantante y no le gustaba la idea de que se frustrara por culpa de aquel hombre. ¿Qué necesidad tenía de cantar en aquellos clubs?, estaba acostumbrada a actuar en los mejores teatros y locales del país, pero era consciente de que se había enamorado, lo comprendía y sabía que poco podía hacer. Por lo menos Dominic, aunque enamorada, seguía siendo la joven inteligente que él conocía. Le puso una condición: no se iría a vivir con él si Smith no los acompañaba. Por supuesto, Max aceptó.
Bien -pensó- así él podría seguir cuidando de su pequeña, como le había jurado a su amigo en el lecho de muerte. No le fue mal al lado de Max, de la noche a la mañana pasó a ser su hombre de confianza. Llevaba sus cuentas y sabía mejor que nadie lo que se cocía en todos sus negocios. Pero un buen día comenzó a darse cuenta de que Max andaba engatusando a una jovencita que cantaba en un local  que terminaba de adquirir. Advirtió que lo había comprado para lucimiento de la misma y para poder encontrarse allí con ella. Esto no le gustó, ¡aquel tipo, chulo y arrogante! ¡Qué se había creído! ¿Cómo se atrevía a ningunear a su niña de aquella forma tan descarada?, y él ¿cómo iba a consentir que nadie la llevara entre lenguas? ¿que pasara por tal humillación? No quería que se enterara. Sufriría. Tenía que tomar cartas en el asunto y más tarde o más temprano, lo haría. Se enteraría.

Habló con Max. Le echó en cara lo que estaba haciendo con ella. Este se rió.
 - Eres un viejo idiota, haré lo que me dé la gana ¿te enteras? Ella ni siquiera es mi mujer. Esto   es solo algo pasajero, y aunque tú no te hayas enterado, no es la primera vez. Yo quiero a Dominic y ella lo sabe. También sabe que estos entretenimientos no significan nada para mí.
 - Sí, pues si la quieres no la engañes, ella no lo ha hecho nunca y pretendientes no le han faltado. Tipos mucho mejores que tú. Nunca comprenderé qué pudo ver en ti.
 -¿Dinero?
- ¿Pero qué dices? Eso a ella le sobra y lo sabes.
-Pues amor entonces, el que no le dio su padre.
- Su padre murió, sí.  Y yo la he cuidado como si fuera mi hija, amor no le ha faltado.
-Pues entonces un hombre que la satisfaga.
- Pues eso será, claro, tú.

La ciudad estaba rebosante de turistas, los hoteles tenían puesto el cartel de completo. Era una jornada importante. El primer Mardi Gras después de la gran catástrofe terminaba de comenzar. Las carrozas y comparsas desfilaban por las calles principales, arrojando a los turistas cientos de collares de cuentas de colores. La multitud engalanada con sus collares abarrotaba las calles deambulando de un lugar a otro esperando el gran final. Con la llegada de la noche comenzó el desfile más esperado. Los Indios, ataviados con sus trajes de plumas y cuentas, y los Zulús avanzaban por distintas calles para encontrarse en el centro de St. Charles, donde empezarían sus bailes provocadores, acompañados por sus respectivas bandas de música. Este año el rey de los Zulús era Max, el dueño de la mayoría de los clubs del Barrio francés. Dominic, su pareja desde hacía varias décadas, desfilaba a su lado con un espectacular traje dorado y púrpura repleto de plumas, que dejaba ver algunas partes de su escultural silueta. El resto de la comparsa desfilaba perfectamente coordinada, ejecutando sus tradicionales bailes tribales. La fiesta transcurría con total normalidad.  El martes graso estaba a punto de llegar a su fin, la muchedumbre esperaba expectante a ambos lados de la calle. Concluiría cuando la policía entrara a caballo, como mandaba la tradición, y  matara al Mardi Gras, terminando así el carnaval y dando paso al Miércoles de Ceniza.

John encabezaba la cabalgada acompañado por otros compañeros que se arengaban unos a otros, todos ellos armados con pistolas de fogueo como requería la ceremonia. Entonces, dispararon y Max –que representaba a Eulei (el rey)-, cayó abatido al suelo. Todo quedó en silencio y comenzaron a retirarse, el carnaval había terminado. Comenzaba la cuaresma. Dominic  increpó a Max “¡levanta!, ya está bien de bromas, se están marchando todos”, pero este no se movía, entonces se agachó  y cuál sería su sorpresa, al ver una herida de bala en su abdomen. Horrorizada, comenzó a gritar, la comparsa que les acompañaba comenzó a arremolinarse a su alrededor gritando, uno de los policías desmontó, se acercó y ordenó que se dispersaran, quitó la máscara a la víctima  y vio de quien se trataba. Max estaba muerto. Pero no podía ser. Las balas eran de fogueo. El policía de mayor rango –el capitán Miller- ordenó a todos los compañeros, que se miraban sorprendidos, que entregaran sus armas. Al hacerlo comprobó que la de John estaba caliente y no era de fogueo, alguien la había sustituido. No entendía cómo podía haber sucedido, él personalmente se había ocupado de prepararlas y había comprobado una y otra vez que todo estaba correcto.  Pero, ¿por qué? Estaba claro que Max se había ganado más de un enemigo durante su trayectoria empresarial, pero ¿ahora? Habría que comenzar una investigación para averiguar quién había cambiado el arma. O qué motivos podía tener aquel voluntario prácticamente recién llegado para matarlo. No sería fácil, de momento debía arrestar a John. Pondría el caso en manos de Asuntos Internos. Tras realizar diversas indagaciones y por la numeración del arma, comprobaron que la pistola utilizada era de un compañero retirado que había muerto en las inundaciones: Alan Dupré. La creían perdida, estaba claro que alguien la consiguió, no era de extrañar, pues con tanto saqueo y el desorden que se formó en la ciudad cualquiera pudo encontrarla o robarla. Lo extraño era que hubiera llegado a manos del sargento Wilson, pues cuando este llegó a la ciudad esa zona estaba totalmente controlada. Se había metido en un buen lío, no le creían capaz de semejante atrocidad, pero lo tenía difícil, muy difícil. Le abrieron un expediente disciplinario y le suspendieron de empleo y sueldo mientras realizaban las investigaciones pertinentes para esclarecer lo ocurrido. La única conexión entre John y Max era que la bala había salido de la pistola que le habían entregado. Como ya sabían que el arma utilizada pertenecía a Alan, el ex compañero del inspector Miller, le interrogaron y confesó que la había cogido de casa de su amigo y la tenía guardada en su taquilla, pero juró y perjuró que él no la cambió. Se le expedientó mientras se realizaban nuevas indagaciones, y se le apartó también del servicio, pues era el principal sospechoso de haberla sustituido ¿quién más podía saber que aquel revólver se encontraba en su taquilla? Los dos policías estaban con el agua al cuello, pero ambos estaban convencidos de la inocencia del otro.
Desde la víspera del Mardi Gras, la señora de la limpieza no había aparecido por la comisaría, se pidió unos días para disfrutar del carnaval, pertenecía a una de las comparsas. A su regreso  comentó lo sucedido con los agentes que se encontraban de servicio. El revuelo en la ciudad era mayúsculo. Nadie podía creer lo que había sucedido. Aquel asesinato resultó impactante. A Max se lo cargaron con la mayor tranquilidad delante de centenares de personas. Y encima su ejecutor  un poli. Mientras hablaba con los agentes, repasaba las mesas y seguía con su trabajo, pero entonces recordó algo: el último día llegó un anciano diciendo que le habían contratado para sustituirla; en la agencia no le comentaron nada, pero con los carnavales a punto de comenzar no le extrañó, todos estaban ya más pendientes de la fiesta que de cualquier otra cosa. El viejo le comentó que tenía que dejar algo en la taquilla de Miller, ella no le dio la mayor importancia, pues estaba abierta y le dejó allí mientras  recogía sus cosas.

En esa zona, donde se encontraban los vestuarios y las taquillas no entraba nadie, solo los agentes y el personal de limpieza. Al recordarlo pensó que debía contarlo. Ya no había vuelto a saber nada de aquel anciano. Primero preguntaría en la agencia si le pusieron un sustituto para esos días. Llamó y su jefe le confirmó lo que ya sospechaba, nadie la había sustituido. Al narrar lo sucedido en comisaría le dijeron haber visto también a aquel hombre pero, como ella, pensaron que le sustituiría durante esos días, aunque con el barullo de las fiestas no recordaban si le volvieron a ver. Estaba claro que aquel hombre había tenido algo que ver con la sustracción y el cambio del arma.

Smith, consciente de la repercusión de sus actos, se sentía plenamente satisfecho. Había conseguido librarse de Max, ya no podría hacerle daño a su niña y sin él podría intentar encauzar su vida y dedicarse a la canción como antes, volviendo a ser una gran estrella sin tener que estar continuamente en la cuerda floja por culpa de todos esos sucios negocios que le habían dejado como herencia.

Con la implicación de Miller, pues el arma más tarde o más temprano descubrirían que fue él quien la sustrajo, habría completado el pack. Se había desecho de los dos hombres que se interponían entre Dominic y él. Y sin levantar la más mínima sospecha, nadie sería capaz de relacionarle con la sustitución de la pistola. Si Miller no hubiera sido tan bocazas, sobre todo cuando llevaba unas copas de más, nunca habría adivinado que la guardaba en su taquilla. El único cargo de conciencia que tenía era que aquel pobre joven policía  tuviera que cargar con el muerto. Pero no eran más que daños colaterales, esa expresión estaba muy de moda y le hacía mucha gracia. Con eso lo justifican todo, ¿no?, pues él, ¿por qué no iba a ser igual?-pensó-.

Tan solo ha sido mi instrumento, mi mano ejecutora. Tampoco es tan grave, se darán cuenta de que no tuvo nada que ver, le acusarán de homicidio involuntario, le tendrán un tiempo apartado y le enviaran a terapia. Yo intentaré mover con disimulo algunos hilos para intentar que le sea lo más leve posible, convenceré a Dominic para que, como testigo presencial de los hechos, declare en su defensa. Y con respecto a Miller, espero que  pase una larga temporada en la cárcel por robar la pistola de su amigo y no entregarla. Se lo merece, por corrupto.

A partir de ahora, intentaré complacer a Dominic en todo, pero creo que lo primero que voy a hacer es proponerle un descanso, un largo viaje por Europa. Nos vendrá bien a los dos para olvidar lo sucedido y  que las aguas vuelvan mientras a su cauce. A la vuelta  nadie recordará lo ocurrido y ella podrá retomar su carrera, mientras yo, retirado, paso mis últimos días saboreando su éxito.




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