jueves, 28 de enero de 2016

Pie forzado. El horizonte de sucesos.

No acabo de entender esto que dice que le pasa a la luz dentro del horizonte de sucesos. La verdad, me gusta más como escribe Hawkings, ni punto de comparación. De todas maneras no tengo hoy la cabeza para nada. Hay que ver la perra que ha cogido este hombre con lo de la carta.
Ya tiene Una bastante trabajo los días en que el señorito ha tenido una noche loca como para hacerle de consultora sentimental. Acabáramos. La verdad es que para ser gay es bastante Adán. Siempre tiene la casa echa un desastre, con todo tirado por ahí. No friega un plato así le maten. Y esa manía de dejar los zapatos allá donde los se los quita. Ni que fueran de plomo. Aunque digo Yo que eso es más por ser joven que por ser gay.
Eso sí, la casa huele siempre muy bien. Le gusta poner ramos de flores aquí y allá. Le encantan las rosas blancas, y las plantas. Tiene muchas con flores por todas partes ¿Y la terraza? La tiene que parece un patio Cordobés. Eso sí, a servidora le toca regarlas.
Una lo ve así de musculoso, tan repeinao. Con esas manos que parecen de cirujano ¡Y lo bien que viste!, siempre de punta en blanco. Con esas camisas que parece que le van a cortar la circulación de los brazos. Eso así, algunas son un poco horteras. Si Yo hubiera tenido hijos no les dejaría salir de casa con esos estampados de flores. Que fueran homosexuales o lo que quisieran, pero esas camisas no, eso sí que no. Pues eso, que una no se espera que tenga el piso hecho una leonera.
Fuera el centro de la ciudad iba quedando atrás. Se acababa un soleado día de primavera. Las farolas se encendían anticipando la noche. El autobús se detuvo escorándose hacia la acera. Las paradas eran más frecuentes conforme se iba adentrando en los barrios periféricos.
Estas peruanas trabajan por cuatro perras y lo pagamos las nacionales que nos toca ajustarnos. Yo en eso no me puedo quejar, la verdad. Las cosas como son. Paga bien y puntual. ¡Eh! Pero bien que me lo gano. Claro que como se pasa tantas horas en el gimnasio el señorito no tiene tiempo de bajar la basura, ni de tirar la cadena, ni de darle de comer a los pobres periquitos.
Además, si no fuera por mí el pasaría a base de ensaladas y de esos batidos tan raros que se toma. No es ni para comprar una lechuga y dos tomates. El abre una bolsa de esas que llevan de todo y arreglado. Eso sí la bolsa la deja por ahí y a servidora le toca recogerla.
Siempre me dice que no le haga cocido. Que todo eso tiene mucha grasa y no se lo va a comer. Que si la fabada le produce gases. Que si los macarrones con tomate tienen muchas calorías. Sí, pero bien vacíos, y sucios, que me encuentro los tapers que le dejo en la nevera. Hay que ver lo que le gusta la paella que te traigo los lunes. Siempre pongo una ración de más. Paco me dice que lo mimo demasiado. Que parece que lo esté cebando. Se pone muy pesado con que le cocine cosas más ligeras.
Son ya tantos años casada que Una ya está acostumbrada a esas cosas. Pero a lo que no me hago es al despiporre de los miércoles por la mañana. Se ve que los martes tiene cena íntima con su novio y se les alarga hasta altas horas. Por lo menos no se queda a dormir. Porque eso si que no lo soportaría. Llegar y encontrármelos en la cama. Eso sí que no. Yo por si acaso en los días como hoy siempre hago por llegar una hora más tarde. Está el solo. Siempre se levanta tarde con una cara que parece que haya estado toda la noche picando piedra. Se pone esa bata negra de seda con flores mal abrochada que cuando está quieto parece un jarrón chino de porcelana. Se sienta en la cocina y mientras se toma un café me mira hacer cosas con una pierna cruzada sobre la otra. A veces se le abre la bata y Una no sabe dónde mirar.
Su novio debe ser un señor mayor. Más mayor que los otros quiero decir. Porque siempre se encapricha de hombres mayores que Él. Los calzoncillos que me he encontrado hoy no son del señorito. El es más de slip apretado, de colorines. Los blancos de algodón son más de señores como mi Paco. Señores entrados en años de bajos fondones. Sí debe ser de la edad de mi marido. Podría ser su padre porque él está a punto de cumplir los cuarenta. Como es tan presumido se quita años. Pero a mí no me engaña que lo he visto en el carnet de identidad. Si hubiéramos tenido hijos serían de su edad.
Los miércoles está todo por el medio. La mesa sin recoger. La cocina revuelta. La habitación hay días que parece un campo de batalla. Al menos los preservativos, que los usan porque en los del cajón de la mesita se van acabando, nos lo dejan por ahí tirados. Hay que ver la de cosas que tiene en la habitación. Los cajones de la cómoda parecen el escaparate de un sex shop. A una, no nos vamos a engañar, algo de envidia sí le da, que mi Paco para eso del sexo siempre ha sido de poco practicar y de menos innovar.
Me acuerdo del día que me pidió que le cocinara un solomillo con hojaldre, para una de esas noches. Todo hay que decirlo, me sale muy bueno. A mi Paco le cambia la cara el día que lo hago. Y a mí se me alegra el alma. El pobre tiene tan pocos motivos de alegría desde que le despidieron ¿y quién va a contratar a alguien con su edad? Así está. Cada día más raro, con menos ganas de nada. Aunque Yo no entiendo que esté tan desanimado. Cobra paro y en dos años se prejubila. Y con eso a vivir los dos juntitos sin sobresaltos. No entiendo tanta tristeza.
Del solomillo no quedó ni rastro. Y eso que había hecho uno entero, con su cebollita, sus champiñones y un toque de foie que le pongo Yo. Eso le da un saborcito muy bueno al cerdo y si no se queda muy seco. Esa noche se bebieron dos botellas de vino, del caro.
Y va hoy y me dice que si le puedo ayudar a escribir un carta. Que no se siente capaz. Que quiere romper con su novio y no le salen las palabras ¿Yo? ¿Y qué se Yo de líos de faldas entre gays le he dicho? Y El va y me dice que como veo todos los días la novela de después de comer seguro que sé que poner. Eso sí sabe hacerlo muy bien. Ha acabado engatusándome. La verdad que se le veía muy afectado.
¡Toda la tarde con la dichosa carta! Y claro luego he tenido que acabar de limpiar. No sabrás qué poner, pero caracojones bien que sabes lo que no quieres escribir ¡nada de lo que digo te parece bien! Le he dicho al final porque no paraba de interrumpirme y llevarme la contraria. Cocina para arriba cocina para bajo mordiéndose las uñas.
Que si cariño no era apropiado, que si estimado era demasiado frío,… al final nos hemos puesto de acuerdo con empezar la carta con un simple Curro, que es como se llama su novio. La verdad es que me ha dado pena el tal Curro. Siempre es lo mismo. Con cada uno dice que va ser distinto. Que es el hombre de su vida. Lo único que es distinto es que cada vez son más mayores. Y cuando se cansa de ellos los despacha sin más, de la noche a la mañana. Unas lagrimitas, una semana de luto y cuenta nueva. Al final la edad digan lo que digan, es un obstáculo insalvable para el amor.
Claro que tampoco entiendo que a este le reproche que sea de poco salir ¿Pero no decía que le gustaba su tranquilidad, que ponía en su vida calma y sosiego? Qué esperas de un señor de esa edad le he dicho. A esos años lo que les apetece a los hombres como mi marido es estar tranquilos en su casa y de vez en cuando echar una canita al aire. Mi Paco siempre ha sido muy casero, aunque nunca tanto como ahora. Antes salía todos los martes por la noche a echar la partidita con sus amigos y los sábados al fútbol. Se ponía su bufanda rojiblanca y al campo. Lloviera o tronara. Ay, ahora ve los partidos en la tele. Lo hemos dejado en que lo suyo no funciona. Quería ponerle que se marchita a su lado. Pero eso me ha parecido muy cruel y le he dicho que de ninguna de las maneras. ¡Ay! Se ha puesto todo dramático a llorar. A contarme que Curro antes era muy alegre y divertido, que en un minuto a su lado vivía más que en toda una semana. Pero que ahora era como intentar bailar con un hipopótamo. Que le costaba respirar a su lado. Es muy buen chico, la verdad, le quiero como a un hijo. Pero tiene muy mal malquerer.
Al final hemos puesto que le rompía el corazón dejarle ahora que está tan hundido pero que más le dolía ver que lejos de ayudarle a su lado sus heridas eran cada vez mayores. Eso le ha gustado mucho como ha quedado. Pero no se ha quedado contento. Insistía en ponerle que saliera del armario. Que no podía seguir siendo un cobarde. Entonces me he enterado que el otro está casado. Si es que este chico no tiene remedio.
La ha firmado y ha llamado un mensajero. A mí aún me quedada acabar el baño grande y plancharle una camisa. Desde el salón he visto como le daba un beso a la carta y le decía algo al chico en la puerta.
El autobús giró hacia la izquierda para bajar por su calle. El vaivén al pasar por un paso elevado la sacó de sus pensamientos. Miró de nuevo el libro que sujetaba entre las manos abierto por la misma página.
El horizonte de sucesos se refiere a una frontera del espacio-tiempo. La luz emitida desde dentro jamás podría alcanzar a un observador situado fuera, pero un observador dentro podría observar los sucesos del exterior. Sigo sin entenderlo.
El autobús la depositó con suavidad enfrente de su casa. Se despidió de ella hasta mañana con bufido amistoso. Al encender la luz del portal vio una carta en el buzón. Nada más abrirlo llegó hasta ella un inconfundible aroma a rosas blancas.
Recorrió furiosa y desconcertada los escasos metros que separaban la puerta de la calle de la del comedor. Allí se encontró a su marido. Tumbado boca arriba en el sofá. Con la cabeza ladeada dormía mientras en la tele hacía rato que se había acabado un partido de fútbol. Un hilillo de baba caía sobre la camiseta blanca de algodón. Por el hueco de los calzoncillos se descolgaban los testículos arrugados. Las mejillas colgaban flácidas. Los ojos cerrados acentuaban su hinchazón. En su cuello descarnado se marcaban las cuerdas que evitaban que la cabeza rodara por el suelo. Asomaba a su cara una leve expresión de felicidad. Ella dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo. La carta colgaba arrugada en el extremo de uno de ellos. Él despertó de repente. Abrió un ojo. Se recostó sin abrir el otro.
“Ah. Ya has llegado. Me he quedado dormido viendo el fútbol.”
Ella se acercó y le dio un beso en la frente. Él se dejó hacer ronroneando.
“Ten. Había una carta para ti en el buzón. Voy a preparar algo para cenar.”


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