miércoles, 21 de enero de 2015

Transgredir el código.



Norma incumplida. Acercarme a una población. Ciertamente era una violación del código un tanto habitual. Después de tres meses uno se cansaba de comer aquel combinado de proteínas y cereales que el robot escoba dejaba caer. A parte, era un dia soleado. Las nubes se marcaban perfectamente en aquel claro cielo. Era el momento de dejar el renderizador atrás, la señal de geolocalización, parte del equipo y poner la protección solar al casco. Probar un buen asado. Sólo eso corría por mi cabeza. Quizá bañado en algún tipo de líquido natural. Según mi mentor era lo mejor, unido a palpar la piel de una mujer. Bueno, no era una mala idea tras deambular por paisajes agrestes con nada más que rocas que contar. A pesar de que la presencia de un Trooper era conocida, observada e ignorada, por este orden, siempre corrías el riesgo de acabar balanceado por el viento en un árbol con una soga al cuello, como el viejo Blitz.
Anduve plácidamente. Campos de cultivo. Preciosos. Nunca dejarían de asombrarme. La consecución de alimentos más antigua. Tan bello como poco práctico. Un Tropper veía esto y más en cada una de sus misiones. Paisajes, personas y situaciones que nadie en el imperio imaginaría. Desafortunadamente sólo plasmaría terreno, nivel de asentamiento y coordenadas. Un punto en el atlas del emperador.
Aquel hombre. Aquel ser apaleando a un cuadrúpedo. Decidí no romper una segunda norma. Entablar comunicación. Le apliqué una fácil luxación acompañada por una caía. El animal salió al trote y aquella especie de campesino fijó sus ojos en mi casco. Vi su debilidad en el rostro. Sintió lo mismo que el animal. Miedo, sumisión y dolor.
Lo abandone en dirección a aquel asentamiento. Verdad era que aquel animal levantó mi compasión. Mi genética no era de un Tropper puro. Podía estar sólo años, sin sentir la necesidad de una persona a la que hablar, pero mi agresividad a veces necesitaba salir. Según mi configuración podría haber formado parte de algún ejercito de choque menor. Pero no fue así. El emperador decidió que yo marcaría los caminos.
El pueblo constaba de varias calles principales. Mucho más grande de lo que me pareció a lo lejos. Un dato más que significar. Tiendas de animales, apeos, comedores. Parecía una comuna autosuficiente, muy poblada y organizada. Me observaban y giraban la cabeza. A pesar de no llevar distintivos todos sabían lo que era y de donde provenía. La ira del emperador  vendría personalmente si algo me ocurría. Nadie atacaba a un Tropper. Nos dejaban hacer nuestra labor. Nosotros descubríamos el imperio, nosotros marcábamos los caminos que dirigían al emperador. Solos.
Aquella comida estaba extraordinaria. El viejo Fleck, mi maestro, tenía razón. No había nada como olvidar la norma de comer alimentos desconocidos cocinados por extraños. Los sabores naturales. El exceso de grasa, sal, azúcar.  Llenaban los sentidos, subían los niveles. Entendía perfectamente por que muchos tropper excedían en meses sus misiones. Esta sensación no se podía mostrar en un renderizador. Indescriptible.

- ¡Él!

Igual la palabra no era esa. Pero el tono, la armonía, significaba que la diosa justicia se quitaba su pañuelo, soltaba su balanza y desenvainaba su espada. Me lancé a la izquierda con una voltereta y saqué mi arma. Problemas. La mesa donde disfrutaba de mi manjar fue impactaba por proyectiles. Arcaicos pero peligrosos. No dudé en disparar. Mi viejo camarada del palo fue el primero en caer. Luego aquel viejo con barba. La camarera la ejecute a bocajarro. Por centímetros aquella bandeja no me impacto. Momentos antes pensaba en saborearla. En hablar con ella. En pasar unos momentos  abrazados. Era natural, guapa.
No debía distraerme. Aquel comedor se llenaba de gente deseando mi sangre. Disparaba el bolter desplazándome hacia la trastienda. Buscar un cuello de botella. Eliminar los flancos. Los tres siguientes los dejé fuera de combate con sendos codazos y culatazos. Preciosos segundos, mi arma se calentaba. Una pega en los bolter de plasma. Ahora entendía una de las razones de que el arma reglamentaría fuese una pistola de AMCAs. Recargar es más rápido que esperar. Otra norma transgredida.
Un callejón. Parecía buena idea. Blancos fáciles y rápidos. Niños entre ellos, no había tiempo para lloros ¿Por qué no se asustaban? ¿Por qué no cesaban?
Mala idea. Desde las planta superiores me lanzaban todo tipo de objetos. Mucha gente. Demasiada. No se rendían. Querían mi cabeza. No iba a ser así. Ya se habían quedado mi casco en el comedor, era más que suficiente. Notaba algún impacto pero por ahora la adrenalina lo absorbía. Ya llegaría el momento de una cura.
Salí a una calle principal. No sabía cuantos estaba matando pero mi arma echaba humo. La temperatura era excesiva. Corría. Corría con todas mis fuerzas y cada siete segundos apuntaba y disparaba hasta que mi arma se calentaba. Muertos por doquier.  Salir del pueblo. Ese era el objetivo. Rápido. Me ganaban terreno, me rodeaban. Entonces sucedió. Mi cuadrúpedo amigo, antes liberado surgió de una calle al trote. Me abrí paso a golpe de disparo y monté. A dos patas levanté el animal acompañado de un relinche y varios disparos. Se hizo un circulo y el odio de la turba se trasformó en asombro.
Saltos, coces, disparos. Se colgaban de mi pierna. Intentaban descabalgarme. No lo conseguirían. Salí de aquel maldito pueblo no sin antes ejecutar a los últimos que se cruzaron en mi camino. Giraba mi cuerpo y veía que corrían tras de mí. Incluso en la distancia todavía corrían sedientos de mi sangre, o de su venganza.
Exterminar pobladores era una falta grave en el código. Los Tropper éramos exploradores. Transcribíamos y creábamos los límites del imperio. No interveníamos. Sólo observábamos. Bueno, también era norma no perder el equipo reglamentario. Acariciando a mi nuevo amigo cariñosamente me pregunté si volver a por mi casco sería meter el dedo en la llaga. Quizá…

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