martes, 24 de junio de 2014

NIÑA
GITANA

En un mundo de común con el nuestro del orden de lo geográfico, de origen desconocido y raza gitana, en una noche clara, de luna llena para dos ojos, nació entre la soledad de un sueño repatriado y su Madre.
La engendro un padre atrevido por la urgencia del deseo, pero asustadizo al primer grito de una familia atada a la costumbre
Su primera voz despertó al día y recogió la noche en su piel.
Cuando la alegría trajo la calma y con la calma recupero las fuerzas, su madre escapo del suelo, del techo y paredes que la rodeaban, salio a donde el aire no solo se respira, es una placenta, un mundo de lo propio que te arrulla como a todos.  
La presento al viento matinal para que la hablasen entre ellos.
La mostró a los cielos del día y de la noche.
La baño en el río mas próximo, en el agua que nunca vuelve de su viaje.
Dio vueltas sobre si entre sus brazos, alrededor de toda la tierra que alcanzaba su vista para indicarle que su camino, su dirección, era el presente y que su presente estaba en todas las direcciones. Podrás elegir porque no habrá dominios en tu vida.

Pronto gano peso, siempre llorando para chupar de la teta, su boca parecía esa nube que permanece anclada en el pico más alto de la montaña.
Creció como un pan horneado el domingo.
Olía a leche entre sacos de harina y se pegaba a su madre más que las dos amasadas. En las noches frías, sus cuerpos juntos, se servían calientes.                                                                                                                                                                            

Vestía con la ropa pequeña y guardada de otras niñas crecidas. Otras veces, eran retales cosidos como las estaciones del año:

De hojas colgadas, hojas secas
hojas caídas y hojas mojadas,

y de la mezcla de colores primarios.


En sus juegos disfrutaba del reír, de la falta de quietud, de heridas sin sentir, de regueros de sudor que caían como cascadas, de saltos que cruzaban océanos como si fuesen charcos y piedras como montañas. En sus aventuras las palabras eran pactos firmados con señas y obediente admiración; sus selvas no se alejaban de la novena fila de árboles que circundan los alrededores de las puertas de sus casas, pero desde sus ventanas acariciando las copas de los árboles, cruzan los picos de los montes y alcanzan la otra cara de la luna.
Sucedió mucho después, apenas la alumbro la llama de la adolescencia y la noche la encinto de reflejos.

Su cuerpo despertaba cada día con un nuevo interés, con diferente voz, con otro olor y aspecto.
Los años cultivaron a este extraño, tan diferente y tan próximo atrevido con muchas cuestiones silenciadas.
Por entonces su madre fue sintiendo desdeñadas sus alas protectoras. Entendía la necesidad de su hija de andar con la voz por encima del sosiego, irritar en atajos los caminos andados, adelantarse y acusar con la indeferencia, pero, ¿tan pronto?
La obligo a repasar su juventud.
Recuerda como en una tarde de mucho calor, en un campo cultivado de naranjos, jóvenes, tiernos, a medio crecer, entre flores de azahar, vestida con las transparencias del atardecer ando desnuda por entre los árboles por encima de su altura y se tumbo entre los surcos en las zonas blandas y frescas del último riego. Y cedió a las caricias de la hierba aplastada bajo su piel al intentar acomodar su posición
Miro al cielo y lo sintió extraño, mal pintado, de un azul sorprendido, próximo, reciente, goteando. Un cielo personal deshojado en su interior. Empezó a correr intentando atraparlo como se persiguen las cosas de los sueños, con los ojos cerrados. Al principio palpo con sus manos el aire. Las aprobó en el vacío y las volvió hojas de papel volador, afectó sus piernas con el verde sin raíces, su piel lleno de marrones, amarillos y naranjos, sus cabellos de azules con mechas de nubes blancas.
Saltó, y en su caída pareció volar, su pecho choco contra el suelo reclamada por la tierra. Lo intento una y otra vez hasta que despertó al oír su nombre preocupado
Aquella voz llego de lejos, pero se vistió como si le hablase al oído. La imagina, un vaho emergido de las profundidades del rostro ennegrecido de su padre, siempre cubierto por aquel sombrero más viejo que el velo de las noches.
La sintió incomoda, fría, al igual que vestida con la ropa mojada en el invierno.
Su padre fue un niño que una mañana despertó solo. Espero, busco, grito, lloró y por fin inverno su ardiente dolor entre las cenizas.
En ocasiones cuando le puede la preocupación le sale una voz arcaica de una queja que creía olvidada.
Jamás se sintió un animal suelto.
Jamás le pegó.
Cuando la hija llegó a su altura, como en otras veces, le dio la espalda y ando más despacio que los días con hambre. Y a esta, no en pocas ocasiones, le pareció sentir un crecer muscular junto al cuello, un crepitar de vértebras y mucho calor. Una rabia contenida de un animal enjaulado.
Contactar con su adolescencia desde su madurez, si ser quien fue, le hizo llegar a su corazón el amor por su padre.
Recordó, también, su primer beso.
También, su primer amor. Aquel payo, hijo puta, que la engaño.
Nada contó, nada supo su padre.

Al igual que hará su hija, su piel busco un nuevo calor
Desenterró con sus propias manos los tallos blancos
de la inocencia y siguió al río.


En un tiempo impreciso y sin acotar, ha de conseguir que pueda volver dulce el agua de su viaje, como lluvia, con nueva vida, como sea.














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