NIÑA
GITANA
En un mundo de común con el nuestro del
orden de lo geográfico, de origen desconocido y raza gitana, en una noche
clara, de luna llena para dos ojos, nació entre la soledad de un sueño repatriado
y su Madre.
La engendro un padre atrevido por la
urgencia del deseo, pero asustadizo al primer grito de una familia atada a la
costumbre
Su primera voz despertó al día y recogió la
noche en su piel.
Cuando la alegría trajo la calma y con la
calma recupero las fuerzas, su madre escapo del suelo, del techo y paredes que
la rodeaban, salio a donde el aire no solo se respira, es una placenta, un
mundo de lo propio que te arrulla como a todos.
La presento al viento matinal para que la
hablasen entre ellos.
La mostró a los cielos del día y de la noche.
La baño en el río mas próximo, en el agua
que nunca vuelve de su viaje.
Dio vueltas sobre si entre sus brazos, alrededor
de toda la tierra que alcanzaba su vista para indicarle que su camino, su dirección,
era el presente y que su presente estaba en todas las direcciones. Podrás
elegir porque no habrá dominios en tu vida.
Pronto gano
peso, siempre llorando para chupar de la teta, su boca parecía esa nube que permanece
anclada en el pico más alto de la montaña.
Creció como un
pan horneado el domingo.
Olía a leche entre sacos de harina y se pegaba a su madre más que las dos
amasadas. En las noches frías, sus cuerpos juntos, se servían calientes.
Vestía con la
ropa pequeña y guardada de otras niñas crecidas. Otras veces, eran retales
cosidos como las estaciones del año:
De hojas
colgadas, hojas secas
hojas caídas y
hojas mojadas,
y de la mezcla
de colores primarios.
En sus juegos disfrutaba del reír, de la
falta de quietud, de heridas sin sentir, de regueros de sudor que caían como
cascadas, de saltos que cruzaban océanos como si fuesen charcos y piedras como
montañas. En sus aventuras las palabras eran pactos firmados con señas y
obediente admiración; sus selvas no se alejaban de la novena fila de árboles
que circundan los alrededores de las puertas de sus casas, pero desde sus
ventanas acariciando las copas de los árboles, cruzan los picos de los montes y
alcanzan la otra cara de la luna.
Sucedió mucho
después, apenas la alumbro la llama de la adolescencia y la noche la encinto de
reflejos.
Su cuerpo
despertaba cada día con un nuevo interés, con diferente voz, con otro olor y
aspecto.
Los años
cultivaron a este extraño, tan diferente y tan próximo atrevido con muchas
cuestiones silenciadas.
Por entonces su
madre fue sintiendo desdeñadas sus alas protectoras. Entendía la necesidad de
su hija de andar con la voz por encima del sosiego, irritar en atajos los
caminos andados, adelantarse y acusar con la indeferencia, pero, ¿tan pronto?
La obligo a
repasar su juventud.
Recuerda como en
una tarde de mucho calor, en un campo cultivado de naranjos, jóvenes, tiernos,
a medio crecer, entre flores de azahar, vestida con las transparencias del
atardecer ando desnuda por entre los árboles por encima de su altura y se tumbo
entre los surcos en las zonas blandas y frescas del último riego. Y cedió a las
caricias de la hierba aplastada bajo su piel al intentar acomodar su posición
Miro al cielo y
lo sintió extraño, mal pintado, de un azul sorprendido, próximo, reciente, goteando.
Un cielo personal deshojado en su interior. Empezó a correr intentando atraparlo
como se persiguen las cosas de los sueños, con los ojos cerrados. Al principio
palpo con sus manos el aire. Las aprobó en el vacío y las volvió hojas de papel
volador, afectó sus piernas con el verde sin raíces, su piel lleno de marrones,
amarillos y naranjos, sus cabellos de azules con mechas de nubes blancas.
Saltó, y en su
caída pareció volar, su pecho choco contra el suelo reclamada por la tierra. Lo
intento una y otra vez hasta que despertó al oír su nombre preocupado
Aquella voz
llego de lejos, pero se vistió como si le hablase al oído. La imagina, un vaho
emergido de las profundidades del rostro ennegrecido de su padre, siempre
cubierto por aquel sombrero más viejo que el velo de las noches.
La sintió incomoda,
fría, al igual que vestida con la ropa mojada en el invierno.
Su padre fue un niño
que una mañana despertó solo. Espero, busco, grito, lloró y por fin inverno su ardiente
dolor entre las cenizas.
En ocasiones
cuando le puede la preocupación le sale una voz arcaica de una queja que creía
olvidada.
Jamás se sintió
un animal suelto.
Jamás le pegó.
Cuando la hija
llegó a su altura, como en otras veces, le dio la espalda y ando más despacio
que los días con hambre. Y a esta, no en pocas ocasiones, le pareció sentir un
crecer muscular junto al cuello, un crepitar de vértebras y mucho calor. Una
rabia contenida de un animal enjaulado.
Contactar con su
adolescencia desde su madurez, si ser quien fue, le hizo llegar a su corazón el
amor por su padre.
Recordó,
también, su primer beso.
También, su
primer amor. Aquel payo, hijo puta, que la engaño.
Nada contó, nada
supo su padre.
Al igual que hará
su hija, su piel busco un nuevo calor
Desenterró con sus propias manos los tallos
blancos
de la inocencia y siguió al río.
En un tiempo impreciso y sin acotar, ha de conseguir
que pueda volver dulce el agua de su viaje, como lluvia, con nueva vida, como
sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario