jueves, 30 de enero de 2014

El mentalista de Alcorcón



 Os dejo aquí el relato de Isabel.

Fede recoge distraídamente un papel pasado por debajo de la puerta y lo deja junto a los otr… oh, no en casa no! Ya se había acostumbrado a la recogida de anónimos, pero en su despacho. De siempre había tenido la precaución de mantener su domicilio en secreto cara a los clientes. Se muestra preocupado ya que las amenazas han ido a más. Además es una urbanización privada con el acceso muy restringido y con vigilancia continua. Todo esto es muy raro.
Acude al centro de la ciudad a una cafetería cercana a su despacho donde ha quedado con Ernest y lo comenta, o mejor, piensa en voz alta: Al principio le pareció una broma pesada la llegada de mensajes, pero ahora habían traspasado la frontera de su vida privada. Las distintas misivas fueron concretándose; empezaron acusándole de traidor, luego decían que había sacado a la luz chanchullos financieros junto con alguna historia de adulterio y eso no se lo perdonan. Hace un repaso mental de sus clientes recientes, por lo menos del último año. La mayoría mujeres, que con la costumbre adquirida las tenía catalogadas según cuatro tipos; según el grupo asignado disponía una serie de propuestas y respuestas que dar. Había adquirido tanto prestigio que se podía permitir el juego de cambiarlas de grupo pues según su secretaría la señorita Raquel sus clientas tenían una fe ciega en él y cualquier idea era aceptada, vamos, que el efecto “placebo” en su caso funcionaba a la perfección.
Ernest atiende, tiene pocas ocasiones para intervenir, conoce a Fede y sabe que lo utiliza como confidente pasivo. Le nota tenso. Acaba de sacar un paquete de cigarrillos “¿No habías dejado de fumar?” No le escucha, deja monedas encima de la mesa y sale a fumar a la calle. Se le acerca y queda a su lado, aunque no parece notar su presencia. “Qué te pasa?” “¿Has visto un coche blanco que acaba de pasar? Es la tercera vez que lo veo hoy”. Ambos coinciden en no acudir de momento a la policía, que aún podría enredar más las cosas. Aún se acuerdan del caso de Carmen, que menuda chapuza cuando la poli quiso intervenir.
Se despide de Ernest, pues no acepta su propuesta de acompañarlo hasta el despacho; prefiere seguir con su vida cotidiana como si nada hubiera ocurrido. Al ser fin de semana no espera a nadie y sólo atiende por teléfono, que con el desvío de llamadas puede hacerlo desde cualquier lugar. Empieza a ojear  las fichas del último año. Oye un portazo y se encuentra con Raquel demacrada; se le han echado encima los veinte años que se quita con el maquillaje. Le enseña un papel que se ha encontrado junto a su gato degollado. “La próxima vez irá en serio”. Le consuela, deja que sus greñas teñidas de rubio platino se desparramen sobre su hombro mientras le da palmaditas en la espalda. Le aconseja regresar a casa. La amenaza es para él, aunque de momento lo ha pagado el pobre gatito .
No cree que Raquel esté fingiendo, aunque sabe que guarda una turbia historia. Empieza a recordar clientas especiales como Eva, que llegó al borde del suicidio y  cambió espectacularmente sólo por decirle “Tienes cosas muy importantes que hacer, te veo muy capaz” que es lo que más le funciona con estas personas. Tuvo que cambiar de estrategia enseguida, no necesitaba ya tanto estímulo. Pero había conocido a Emilio su marido y no le pareció nada siniestro, incluso se mostraba contento con el cambio registrado en su mujer.
Recordó también a María, siempre agobiada al borde del infarto, que cambió rápidamente sólo con decirle que prescindiera de lo accesorio, que diera la justa importancia a las cosas, que buscara ayuda… En este caso no conoció a Natxo su marido, pero ella no parecía haberse enterado de historias de adulterios ni de negocios turbios. Lo habría notado, no se mostraría tan relajada.
De entre las ociosas tiene vagos recuerdos de cambios, alguna empezó a ir a la Universidad, otra se había apuntado a un grupo de narrativa, las había que trabajaban en huertos urbanos, y ya casi ninguna hacía pilates. A estas actividades habían acudido también del grupo de las insatisfechas y parece que les iba muy bien a ellas y a alguna persona asidua de estos menesteres.
Tampoco puede olvidar a los pocos hombres que acuden a su despacho, como Alfredo o Jose Luis que no parecen meterse en el mundo de los negocios ni buscar experiencias amorosas descontroladas. Si recuerda a Xavi, pero aquello ocurrió hace muchos años y no hubo ninguna repercusión importante, y lo de Carmen y la poli ya es agua pasada, aunque tuvo que cambiar de lugar del despacho, pues después de la puerta precintada judicialmente y del escándalo que todo ello llevó había perdido mucha clientela.
Mete en una cartera las fichas y se va a casa para estudiarlas tranquilamente durante el fin de semana. Encuentra el acceso a su garaje ocupado; piensa en el hijo de Miriam, que siempre lo deja donde se le antoja, pero se la encuentra con las tijeras de podar y le dice que su hijo ha salido fuera el fin de semana. Esta vecina siempre le pide ayuda para rellenar las quinielas, pero ya sabe su respuesta: que no es honesto utilizar sus poderes adivinatorios para estas cosas. Le entran ganas de pedirle de vez en cuando que le deje pasar por su pequeña joroba las papeletas que compra, pero piensa que no comprendería la broma. Además bastante tiene la pobre con su hijo drogadicto. Le pregunta pero no ha visto a ningún desconocido por la zona, ni tampoco ha visto al dueño del coche aparcado junto a su casa. No, no ha pasado ningún coche blanco. Toma nota de la matrícula por si acaso.
Entra con precaución en su casa, no parece notar nada extraño, pero súbitamente se pone en marcha la alarma que no consigue parar; no recordaba haberla activado ese día. Se nota que este fin de semana han salido fuera muchos vecinos pues pocos se dan por enterados. Le llaman del centro de alarmas, pero les dice que parece todo tranquilo, de momento no quiere testigos en esta historia. Llama a Raquel para preguntarle cómo se encuentra pero no tiene el teléfono disponible. Tampoco tiene ganas de llamar a Esperanza, pues no está de humor para salir. Supone que Ernest estará con su familia, ya que suele acompañar a sus hijos a las competiciones deportivas. Parece mentira con lo sedentario y obeso que es, cómo ha podido tener unos hijos tan atléticos.
Recibe una llamada de Raquel anunciándole que la entrevista prevista para el martes cambia de lugar, ya que los Estudios estarán ocupados. Hay algo en su intuición que le pone en estado de alerta. Le extraña por un lado el cambio registrado en la Raquel de hace poco más de dos horas, y tampoco le hace referencia a la llamada perdida que ha debido ver. Le anuncia que acudirá a ese lugar. Consulta en el plano la dirección dada y no encuentra nada parecido a un local que pueda suplir las funciones de estudio televisivo. Como conoce a la entrevistadora la llamará pero desde otro teléfono para evitar cualquier escucha indeseada.
Decide que es el momento de ir a visitar a su madre, que siempre se queja de lo poco que la visita y de paso desaparece unas horas de su entorno. No cree que también conozcan la dirección de la madre, pues ni sus más íntimos conocen su existencia. También es cierto que su madre ignora por completo a qué se dedica su hijo.
Antes de arrancar observa detenidamente el coche aparcado ante su garaje. Desde otro teléfono llamará a Diana, experta en localizar coches robados. Comprueba asimismo que su coche no ha sido manipulado, además sabe que no han tenido ocasión entre la vigilancia de la vecina podadora y la poca expectación vecinal despertada por la alarma. Llena el depósito de gasolina y se dispone a recorrer los doscientos kilómetros que le separan de su madre. Para en una Estación de Servicio pues se ha dado cuenta que salvo el café de la mañana no ha tomado nada. Piensa sin embargo que no era la mejor opción, pues es un lugar bastante desolado y reemprende la marcha sin salir del coche. Efectivamente, le llama la atención un coche que había parado poco después que se pone en marcha sin hacer nada. Cambia de dirección y enfila hacia Madrid para meterse por la red de autopistas que rodean la ciudad para conseguir despistar a su perseguidor, pues no duda de que le está siguiendo. Después de tomar varios desvíos sin sentido supone que ha debido perder su pista y reinicia su camino hacia el encuentro familiar. Por si acaso inicia la salida por una carretera comarcal.
No tiene mala conciencia con su madre, que siempre le enseñó a ser independiente; ella misma lo era y no había dudado en largarse con el primer caballero que le propuso una aventura dejando a su aburrido marido. Aunque la historia no funcionó aprovechó su marcha para establecerse de forma autónoma lejos de su marido y de sus hijos. Ahora en su vejez ha empezado a demandar más atención. Sólo ha estado una vez en su casa y desconoce de qué vive y cómo se organiza la vida.  Le han llegado noticias de que actúa de curandera y que son famosas sus manos puestas encima de los enfermos. Prefiere acudir sin avisar, que es lo que suele hacer su hermana M. Angeles que ha ido varias veces para que conozca a sus nietos (menuda racha lleva, cada año tiene un hijo de padre desconocido).
El paso por la meseta  siempre le ha parecido eterno, con el paisaje tan monótono y los pocos alicientes que hay por el camino. Para en un bar de carretera que al tener bastantes camiones estacionados supone que tendrá buena comida casera. Observa en el móvil varias llamadas perdidas de Raquel.  Tras un ligero descanso junto a una taza de café reemprende la marcha.
No le cuesta encontrar el domicilio de su madre; es una casa tan peculiar que difícilmente la podría olvidar. La veleta de hierro forjado con forma de velero antiguo que había comprado en la “Plaza redonda” de Valencia llama la atención casi desde la entrada en el pueblo. La mezcla de pared encalada y desconchones en la fachada es tan bonita que parece hecha por un diseñador. Todas las ventanas tienen mallorquinas y a través de los cristales se ven visillos hechos de ganchillo con adornos vegetales. La casa está cerrada y no parece que haya nadie en ese momento. Llama por medio de la aldaba repetidas veces y espera pacientemente. Después de unos minutos se acerca al único bar del pueblo donde varios vecinos están repartidos en mesas jugando al dominó o a las cartas. La tele permanece encendida aunque nadie parece mirarla. El camarero no sabe informar sobre su madre. Pregunta a un tal Rafa pero tampoco sabe nada. Le indican que vaya a casa de su amiga Puri. Como tampoco está se dirige a la pensión del pueblo a descansar y recapacitar. Comprueba que dispone de teléfono público desde donde podrá realizar llamadas sin peligro de ser escuchado.
Un número, no recuerda cuál le reveló a Ramón una vez. Se despierta sudando, no sabe cuánto tiempo ha pasado. Sigue siendo de noche: pero, ¿por qué ha recordado el episodio del número? No lleva la ficha de Ramón porque no es reciente. Hace mucho que no contacta con él y solo le queda un vago recuerdo suyo. También había llegado angustiado y receloso; era muy desconfiado y le costaba obtener información que le permitiera trabajar con él. Tiene que esperar a que amanezca para poder usar el teléfono y contactar con los dos únicos seres que le pueden ayudar en este caso: Diana con la matrícula y Ernest siempre disponible y leal. Vuelve a caer en un sopor que le desconecta del mundo.
Nota: el guion está diseñado para continuar, por lo que el final queda abierto.

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