Considero literatura las obras de
la imaginación capaces de expresar las verdades de la vida, esas inmutables en
el tiempo y que residen en todos nosotros, empleando como medio de expresión la
palabra escrita.
Pero la
composición de un texto como sucesión de palabras, con gramática, técnica, e
incluso estilo correctos, no constituyen en si literatura ––aunque el escritor
debe dominar todo ello--. La literatura comienza por la capacidad de
observación, análisis y reflexión de aquello que conforma la
vida: del ser humano y su complejidad, del desarrollo de su existencia, de las
sociedades de las que forma parte, del marco temporal en el que todo ello se
engloba… El escritor tiene la valentía y la oportunidad de detenerse a observar
el mundo, y la necesidad de compartir aquello que encuentra creando literatura. Por ello educar la
mirada es tan importante como educar la palabra. Para
desvelar esta verdad no puede más que servirse de aquello que diferencia al ser
humano de todo lo demás: las emociones. Y
en la literatura estas emociones solo pueden ser expresadas por medio de la palabra escrita. Nunca dejará de fascinarme como un ámbito tan complejo puede llegar a transmitirse a través de otro tan limitado.
Estas
verdades de la vida, que considero tan importantes en toda obra literaria, no
son infinitas; no creo, por ejemplo, que amemos de modo distinto (hablando de
amor en todos sus amplios y sutiles modos), a como lo hacíamos dos mil años
atrás. Por lo tanto, si la literatura se desarrolla en torno a temas comunes,
¿por qué se continúa escribiendo? Porque cada persona es única, por lo tanto
cada escritor es único, y debe encontrar su modo único de expresar y transmitir
aquello que habita en su mente. No hablo de originalidad, pues es artificiosa,
sino del modo único natural que hay en cada uno de nosotros.
El escritor
no emite juicios propios, ni sentencias, ni opina, ni impone. A través de la
literatura construye una mentira creíble, pues la vida en los libros no es la
vida real pero lo parece, y deja al lector la libertad de encontrar esa verdad,
de tomarla o dejarla, de conservarla u olvidarla. Si considero intrínseco que
toda obra literaria contenga la verdad, también es imprescindible que esta no
se imponga. El lector debe poder descubrirla por él mismo, si quiere.
Desearía
tener la capacidad de descubrir esas verdades de la vida, de que mi mente se
abriese ante el mundo de las posibilidades, de ser valiente y detenerme y no
hacer, sino solo pensar y así, finalmente, no escribir sobre mí sino sobre como
el mundo pasa a través de mí. Lo considero muy difícil, y más en la sociedad
actual, e incluso doloroso, pues al igual que descubrirás lo maravilloso,
también descubrirás lo mezquino e insoportable que el mundo puede llegar a ser.
Todo ello no será nada si además no desarrollo la capacidad de escribir la
palabra exacta, la frase exacta, el texto exacto, que transmita y me permita
compartir aquello que pueda descubrir. Ardua tarea. Pero así serían las
historias que me gustaría escribir.
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