Después del primer misil
nuclear lanzado por Corea del Norte la reacción fue en cadena. Una catástrofe
mundial. El más rápido en reaccionar fue el gobierno de los Estados Unidos. Después
Irán. Por último, superados por la situación fueron los rusos. La nube tóxica
levantada en la atmósfera resultó ser tan densa que el ambiente era
irrespirable. El oxígeno empezó a escasear en toda la extensión del planeta.
La radioactividad resultó ser más agresiva de lo esperado. La luz del sol
apenas conseguía penetrar esa capa de humo que se había apoderado de la
atmósfera. El planeta de repente se había convertido en un escenario oscuro,
sólo humo y tinieblas. La vegetación era escasa, la civilización había
desaparecido, los mares hervían, las corrientes de aire era ácidas y corrosivas
y la temperatura mantenía una media de 50 grados centígrados por el día y de
menos veinte por la noche. Las cucarachas no habían sobrevivido contradiciendo
las antiguas teorías. Las hormigas, sorprendentemente, sí. La mezcla química de
ese ambiente nuclear tan pesado había provocado una mutación espectacular en
estos insectos. Habían crecido hasta el
tamaño de un pulgar. Podían pensar y por tanto, también, caer en el pozo
de la locura y la depresión.
En el continente africano el
efecto de la nube tóxica había sido vírico en la colonia de hormigas. Un
extraño virus había conseguido introducirse en el cuerpo de estos insectos. Una
vez muertos volvían a la vida. Eran zombies desorientados, vagando sin
dirección alguna y buscando cuerpos para devorar de otras hormigas aún sin
enfermar. Un pequeño grupo había conseguido resistir a los efectos de la plaga
y trataban de escapar hacia el norte sin un líder claro. Habían escuchado que en
aquella zona la nube contaminante sólo había provocado un trastorno de
identidad; no habían zombies, sólo hormigas convencidas de ser punk-rockers y trastornadas
hasta las antenas. Se les podía ver cantando por la calle: Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now. Eran
inofensivas pero habían quedado mentalmente reducidas, no más allá que una
simple canción de los “Ramones”.
Fue un mes después del colapso
nuclear cuando las primeras expediciones de vida extraterrestre comenzaron a
desembarcar en el planeta. En realidad era una evolución avanzada de los
lagartos. Lagartos enanos. Un eslabón perdido. Su tamaño no superaba el palmo
de estatura, sin embargo su cerebro se había desarrollado en una proporción
considerable y, por tanto, eran una raza extremadamente inteligente. Se
reconocían fácilmente pues todos vestían de la misma manera, un uniforme
escamoso de color lila y una escafandra esférica de cristal, el triple de
grande que el tamaño de sus cabezas. De esta manera evitaban la distinción de
clases condicionada por el aspecto y, lo más importante, la aparición de revistas
de moda. Sin embargo tenían una debilidad, eran adictos al güisqui mal
destilado. Este licor les proporcionaba los nutrientes suficientes para
mantener la temperatura de su sistema vascular. Tenían un único Dios, una
botella de güisqui “madre” de la cual conservaban todas sus propiedades
intactas en un lugar secreto. Células madre que replicaban en miles de
destilerías expandidas en toda la superficie de su planeta. Esta adicción les
había convertido en una raza de lagartos enanos alcohólicos. Su misión era
clara, colonizar el nuevo planeta Tierra e implantar una nueva red de destilerías
que garantizara su supervivencia y de las expediciones futuras.
El pequeño grupo de hormigas,
en su desesperada huída hacía el norte,
no tardaron mucho en encontrarse con esta legión de lagartos. Para las
hormigas suponía la aparición de otro foco de peligro pues resultaba un
delicioso alimento para estos reptiles. Las hormigas, en su éxodo, sólo
avanzaban durante la noche; en esta franja del día la temperatura era más baja.
Los lagartos invasores para mantener la temperatura de la sangre bebían mayor
cantidad de güisqui y en consecuencia la borrachera caía a plomo en sus cuerpos
de lagartija. Se les podía ver convulsionando en el suelo y con las patas hacia
arriba o, en el mejor de los casos, zigzagueando en una lucha feroz por no
perder la conciencia.
Las hormigas habían perdido la
fe, se veían incapaces de hacer frente a la nueva especie invasora. En su errante huída consiguieron ocultarse en
la ruinas de una antigua iglesia. El refugio tenía aspecto de resultar seguro.
No había presencia de hormigas zombies ni de lagartos enanos sin embargo la
calma no era tan evidente, en una de las salas del edificio se podía escuchar
una cadenas de ruidos extraños. El nerviosismo no tardó mucho en introducirse en
el grupo. Fueron dos las que se ofrecieron para introducirse en el interior de
la sala y descubrir el origen de ese angustioso ruido. Aprovecharon los
primeros rayos de sol de la mañana, la luz penetraba los orificios de los muros
derruidos e iluminaba una gran porción de las entrañas del edificio. A medida
que se introducían el ruido era mayor y sólo cuando estaban a escasos centímetros
de entrar por completo fueron conscientes que ese ruido era de un ser vivo en movimiento.
Las dos hormigas se miraron. Sus corazones latían a una velocidad fuera de
punto. Se introdujeron pensando que era la última cosa que iban a hacer con
vida entonces vieron enfrente de ellos a un gato, flaco, sucio y ojos
brillantes. El felino descubrió al grupo de hormigas y se dirigió hacia ellas.
Las dos se quedaron estáticas por el pánico, sin capacidad de reacción pero de
repente el gato se detuvo como si se hubiera congelado en el tiempo:
— ¡Joder
Charly, mira, creo que tengo poderes mentales!.
— ¿Qué
dices? — dijo la segunda hormiga.
— Sí,
mira, mira…he conseguido detenerlo con la mente. Voy a hacer que levante la
pata — el gato levantó casi de inmediato una de sus patas peludas — ahora voy a
decirle que se siente – La hormiga apretó los ojos con fuerza como si impulsara
su conciencia a través de ellos. Un segundo después el felino descansó en el
suelo.
— ¡Franky,
eres un genio! — Las hormigas se miraron con cara de alivio, pero acto seguido
el gato se levantó y continuó andando hacia donde ellas estaban — ¡Franky,
detén a ese animal, detenlo!
— ¡Eso
intento pero no me hace caso!
— ¡Pero
si acabas de decir que tienes poderes
mentales!
— ¡Sí,
pero parece que se han acabado!
— Y
eso qué quiere decir…¡Franky, por dios, trata de pararlo!
— La
hemos cagado Charly, la hemos cagado.
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