Al franquear el portón, un
solemne mayordomo voceó su título del tirón cosa que, todo sea dicho, requería
de un entrenamiento pulmonar notable. No le hizo falta comprobar que la pieza
central del colgante estaba alineada con su busto, no se había movido de allí
durante todos estos años y no lo iba a hacer ahora. A pesar de su edad, todavía
era capaz de descender por la escalinata de mármol como si fuese una chiquilla,
con la espalda recta y la mirada al frente, agradable pero sin llegar a la
sonrisa. Abajo, una orquesta interpretaba música de Schubert para quinteto de
cuerda y piano. Entre los asistentes se distinguía a algunos nuevos ricos a los
que parecía darles lo mismo tomar caviar que foe. A un leve gesto de su cabeza,
un camarero se acercó y le ofreció una bandeja sembrada de copas de brillante champán.
Tomó una y caminó con ella hasta donde se encontraba lady Enriquette. Después
de saludar a cada uno de los formantes de tan noble círculo, bebió un sorbo. No
pudo evitar sentirse observaba. En lo que a ella respectaba nada había
cambiado. El colgante seguía con el pasador atado a su cuello y nada, nada de
este mundo lo iba a mover de allí.
El ejercicio es de Ernest Peris.
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