Era
importante consultar el parte meteorológico porque queríamos que saliera todo
perfecto. Nos hemos levantado antes del amanecer y preparado un desayuno en la
terraza iluminados con las velas de unos candelabros de plata. El mantel
bordado de lagarterana y las tazas de porcelana inglesa que tanto te gustaban
junto con los cubiertos de plata llevados para la ocasión. El café recién hecho,
el pan quemado del pueblo y tostadas restregadas con ajo, aceite y sal.
Por
la noche ya habíamos preparado en el maletero todo lo necesario para la
ceremonia; el chinchorro hinchado, las aletas, las gafas y tubo para bucear y
los trajes de neopreno. Unas candelas y unas arias de ópera, aunque seguro que
cantaremos ayudados con los tubos del buceo (¿recuerdas cómo los usábamos de
trompeta?) Se han unido a la expedición un sinfín de amigos que quieren
participar. Al fin y al cabo también les dabas el coñazo: “No volváis tan tarde
que me quedo preocupada”
Ya
empieza a mostrar el mar un ligero reflejo azul pálido dorado enmarcado con la
línea amarilla rosácea del horizonte. Tal y como estaba previsto no hay apenas
viento; a lo lejos se divisan unas pequeñas luces de barcas que han salido de
madrugada a pescar. Qué poca gracia te hacía que saliéramos con nuestros amigos
pescadores. “No os fieis del mar, que de pronto se vuelve bravío” la verdad es
que siempre estabas padeciendo, aunque por otro lado debes admitir que a ti
también te gustaba. ¿Te acuerdas de los cálculos que hacías para no necesitar
hacer pis durante las horas que estabas en la barca?
Ya
empieza el desfile de coches hacia la cala de la cueva (nuestra cueva).
Llevamos un almuerzo pues nos vamos a instalar ahí toda la mañana. Entre todos
la descarga es rápida. Todavía no hay nadie que pueda turbar la paz del
momento. Cargamos todas las cosas en el chinchorro y nos introducimos en el
agua nadando y empujándolo hacia nuestro destino. Esta vez no hay olas que nos
arrastren ni golpeen contra las rocas. La entrada a la cueva es por lo tanto
sencilla y podemos proseguir hacia adentro en busca de la segunda cueva y la
playita del fondo. ¡La de veces que entraban barcas y nos hacían fotos
extrañados de vernos ahí instalados cantando y riendo, porque hemos reído y
mucho. Eran esos momentos mágicos en los que no había ninguna carga de ansiedad
en el ambiente y todos estábamos bien. Hasta tú te olvidabas de los continuos
peligros latentes que nos acechaban en todo momento. Nos quitamos los trajes de
neopreno y ¿por qué no? también los bañadores. Al principio te escandalizabas,
pero luego lo asumiste como algo natural.
En
la playita de la cueva hemos colocado estratégicamente unos pareos bonitos y
repartido las candelas que van a iluminar la cueva. Esta vez para no producir
humos hemos traído unas de luces de led.
Todos
tienen ganas de participar, tienen algo que decir, sobre todo traen un
repertorio de anécdotas que vamos a empezar a relatar, todas relacionadas
contigo. Parece que te multiplicabas. Historias de los tomates de las tomateras
“de mierda” que no te dejaban comer las criadas; de que no podías ir a visitar
a tu hija pequeña porque en su casa no había cuarto de baño y cómo solucionar
tus problemas en el campo con la faja.
Con
las luces de la cueva podemos apreciar alguna pequeña señal que dejamos en
alguna ocasión que queríamos celebrar algo; llevaste laca de uñas y pintaste
una pequeña estrella de mar en una esquinita, y dejaste que también pintáramos
algo, pero que fuera discreto.
Unos
amigos han traído fotografías y mensajes escritos que te describen como
persona, y las están pegando sobre la roca del fondo de la cueva. Algunos han
empezado a marcar el ritmo y poco a poco nos vamos uniendo a la música surgida
de forma espontánea; parece que estamos especialmente inspirados; apetece
incluso levantarnos y empezar a bailar a la vez que golpeamos palmas, muslos,
gafas, tubos que nos ayudan a seguir marcando el ritmo cada vez más rápido. Podríamos
seguir horas y horas y qué a gusto nos quedaríamos.
Dejamos
un momento para le reflexión. ¿Qué tal se sentirán los peces con tu presencia?
No hemos visto barracudas ni morenas, pero seguro que saldrán a saludarte y
correrán la voz. Si, porque aunque descubrimos que las morenas se pueden comer
y están riquísimas con el arroz, siempre tuvimos un mutuo acuerdo de no
agredirnos. También devolvíamos al mar los pulpos despistados que sacábamos
casi todos los días. Lo único que llevábamos mal eran las medusas, por eso
empezamos a usar los trajes de neopreno, pero seguro que tú sabrás qué hacer.
Alguien
ha puesto un lied de Schubert, precisamente ese que tanto te gustaba tararear
“Margarita en la rueca” y nos hemos sumado a un coro improvisado. Notamos que
estás contenta, casi parece que vas a empezar a cantar tú también.
Empezamos
a recoger todo sin dejar “ni rastro” como siempre nos enseñaste, incluso a
recoger la basura dejada por los demás. Nos vestimos, cargamos el chinchorro e
iniciamos el regreso sabiendo que quedas donde te habría gustado.
Acabamos
la jornada en el restaurante que tanto te gustaba cuando tenías capricho de
marisco y en tu honor nos hemos comido unas sabrosas gambas ralladas. “Mamá
invita” hemos dicho.
Este es el ejercicio de Isabel Blasco.
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