miércoles, 23 de enero de 2013

La playa

Era importante consultar el parte meteorológico porque queríamos que saliera todo perfecto. Nos hemos levantado antes del amanecer y preparado un desayuno en la terraza iluminados con las velas de unos candelabros de plata. El mantel bordado de lagarterana y las tazas de porcelana inglesa que tanto te gustaban junto con los cubiertos de plata llevados para la ocasión. El café recién hecho, el pan quemado del pueblo y tostadas restregadas con ajo, aceite y sal.
Por la noche ya habíamos preparado en el maletero todo lo necesario para la ceremonia; el chinchorro hinchado, las aletas, las gafas y tubo para bucear y los trajes de neopreno. Unas candelas y unas arias de ópera, aunque seguro que cantaremos ayudados con los tubos del buceo (¿recuerdas cómo los usábamos de trompeta?) Se han unido a la expedición un sinfín de amigos que quieren participar. Al fin y al cabo también les dabas el coñazo: “No volváis tan tarde que me quedo preocupada”
Ya empieza a mostrar el mar un ligero reflejo azul pálido dorado enmarcado con la línea amarilla rosácea del horizonte. Tal y como estaba previsto no hay apenas viento; a lo lejos se divisan unas pequeñas luces de barcas que han salido de madrugada a pescar. Qué poca gracia te hacía que saliéramos con nuestros amigos pescadores. “No os fieis del mar, que de pronto se vuelve bravío” la verdad es que siempre estabas padeciendo, aunque por otro lado debes admitir que a ti también te gustaba. ¿Te acuerdas de los cálculos que hacías para no necesitar hacer pis durante las horas que estabas en la barca?
Ya empieza el desfile de coches hacia la cala de la cueva (nuestra cueva). Llevamos un almuerzo pues nos vamos a instalar ahí toda la mañana. Entre todos la descarga es rápida. Todavía no hay nadie que pueda turbar la paz del momento. Cargamos todas las cosas en el chinchorro y nos introducimos en el agua nadando y empujándolo hacia nuestro destino. Esta vez no hay olas que nos arrastren ni golpeen contra las rocas. La entrada a la cueva es por lo tanto sencilla y podemos proseguir hacia adentro en busca de la segunda cueva y la playita del fondo. ¡La de veces que entraban barcas y nos hacían fotos extrañados de vernos ahí instalados cantando y riendo, porque hemos reído y mucho. Eran esos momentos mágicos en los que no había ninguna carga de ansiedad en el ambiente y todos estábamos bien. Hasta tú te olvidabas de los continuos peligros latentes que nos acechaban en todo momento. Nos quitamos los trajes de neopreno y ¿por qué no? también los bañadores. Al principio te escandalizabas, pero luego lo asumiste como algo natural.
En la playita de la cueva hemos colocado estratégicamente unos pareos bonitos y repartido las candelas que van a iluminar la cueva. Esta vez para no producir humos hemos traído unas de luces de led.
Todos tienen ganas de participar, tienen algo que decir, sobre todo traen un repertorio de anécdotas que vamos a empezar a relatar, todas relacionadas contigo. Parece que te multiplicabas. Historias de los tomates de las tomateras “de mierda” que no te dejaban comer las criadas; de que no podías ir a visitar a tu hija pequeña porque en su casa no había cuarto de baño y cómo solucionar tus problemas  en el campo con la faja.
Con las luces de la cueva podemos apreciar alguna pequeña señal que dejamos en alguna ocasión que queríamos celebrar algo; llevaste laca de uñas y pintaste una pequeña estrella de mar en una esquinita, y dejaste que también pintáramos algo, pero que fuera discreto.
Unos amigos han traído fotografías y mensajes escritos que te describen como persona, y las están pegando sobre la roca del fondo de la cueva. Algunos han empezado a marcar el ritmo y poco a poco nos vamos uniendo a la música surgida de forma espontánea; parece que estamos especialmente inspirados; apetece incluso levantarnos y empezar a bailar a la vez que golpeamos palmas, muslos, gafas, tubos que nos ayudan a seguir marcando el ritmo cada vez más rápido. Podríamos seguir horas y horas y qué a gusto nos quedaríamos.
Dejamos un momento para le reflexión. ¿Qué tal se sentirán los peces con tu presencia? No hemos visto barracudas ni morenas, pero seguro que saldrán a saludarte y correrán la voz. Si, porque aunque descubrimos que las morenas se pueden comer y están riquísimas con el arroz, siempre tuvimos un mutuo acuerdo de no agredirnos. También devolvíamos al mar los pulpos despistados que sacábamos casi todos los días. Lo único que llevábamos mal eran las medusas, por eso empezamos a usar los trajes de neopreno, pero seguro que tú sabrás qué hacer.
Alguien ha puesto un lied de Schubert, precisamente ese que tanto te gustaba tararear “Margarita en la rueca” y nos hemos sumado a un coro improvisado. Notamos que estás contenta, casi parece que vas a empezar a cantar tú también.
Empezamos a recoger todo sin dejar “ni rastro” como siempre nos enseñaste, incluso a recoger la basura dejada por los demás. Nos vestimos, cargamos el chinchorro e iniciamos el regreso sabiendo que quedas donde te habría gustado.
Acabamos la jornada en el restaurante que tanto te gustaba cuando tenías capricho de marisco y en tu honor nos hemos comido unas sabrosas gambas ralladas. “Mamá invita” hemos dicho.

Este es el ejercicio de Isabel Blasco.

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