jueves, 12 de mayo de 2016

DEL 600 AL BMW

Como consecuencia de la posguerra y del cierre de fronteras al que nuestro país estaba sometido a causa de la dictadura, la industrialización fue un proceso tardío en España. Sería ya en los años sesenta cuando comenzó a vislumbrarse cierta expansión y fue entonces cuando la sociedad comenzó a conseguir un cierto nivel económico que, aunque precario comparado con otros países de Europa, permitió a un gran número de ciudadanos conseguir determinados bienes impensables diez años atrás.

Esto se debió a la apertura de mercados extranjeros por el fin de la autarquía, energía, materias primas y mano de obra abundante generada por el éxodo del campo a la ciudad y por la incorporación de la mujer al mercado laboral. Todo ello a bajo precio, proporcionando grandes cambios en la producción y beneficios para los empresarios. El precio de los alimentos también se abarató. Y pese a que los salarios eran bajos, todos estos factores propiciaron nuevos hábitos en la población a la hora de consumir que repercutirían en el crecimiento económico. Poder adquirir una vivienda en propiedad, tener el ansiado Seat 600 e incluso poderse permitir la compra de una segunda vivienda, comenzó a ser algo normal en un gran número de familias de “la nueva” clase media. Y este estado de bonanza continuaría e iría a más. Pasamos de la cartilla de racionamiento, a poder conseguir casi de todo en los establecimientos de todo tipo cada vez eran más florecientes; del mercado al súper y de la mercería a los grandes almacenes.

Los noventa supondrían un cambio radical para el país a la hora de consumir. Comienza tambien un crecimiento económico vertiginoso sustentado en la construcción (el ladrillo se convierte en el oro del siglo XX) que como bien es sabido, arrastra tras él a un gran número de profesionales de muchos sectores a los que todo les va a la perfección. Gran parte de la población, deslumbrada por la facilidad con la que se pueden conseguir las cosas, empieza a comportarse y a vivir peligrosamente. Los bancos dan créditos sin contemplar riesgos, con los que tú te podrás comprar piso, coche, moto y si te insisten un poco hasta un barco. ¿Si podrás amortizarlo? No es su problema. Solo tienen que vender el producto.

Muchos jóvenes comenzaron a abandonar sus estudios para trabajar en la construcción. Un peón cobraba más que cualquier licenciado y con el primer sueldo, pues un BMW, ¿para qué iban a ir con tonterías? Y tú mirabas desde tu ventana atónita lo que estaba ocurriendo, pensando adónde nos llevaría semejante despropósito. Sabiendo con certeza que te iba a salpicar de una u otra forma aunque te mantuvieras al margen y no pudieras hacer nada por remediarlo.

Los años pasaban y seguíamos viviendo como Alicia, en el País de las Maravillas, hasta que llegó aquel fatídico año, el 2007, cuando la crisis nos sacudió a todos. Aunque aquí seguíamos negando la evidencia y no queríamos reconocer que lo habíamos hecho mal, muy mal. 

Aumento en los tipos de interés, desempleo. La gente no podía pagar sus préstamos, las viviendas no se vendían pero intentaban mantener los precios, al final se vieron obligados a bajarlos. Pero ya no había quien los comprara, la banca cerró sus grifos. Esto provocó que empresas promotoras y constructoras se declarasen en quiebra. Que empresarios de diversos sectores dependientes de una u otra forma de este negocio se vieran obligados a bajar sus persianas y que nos viéramos metidos de lleno en un bucle del que nos vemos incapaces de salir por más recortes sociales, salariales y subidas de impuestos a los que nos sometieron. Mientras, la corrupción campaba a sus anchas por “la piel de toro”. Dicen que estamos saliendo del pozo, pero yo solo puedo ver un futuro lleno de agujeros negros.

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