—¿Su Majestad me ha mandado llamar? Le hacía yo en
Arganda, de montería, no sabía de su vuelta a la corte.
—¡La corte está donde yo esté! Mas hasta Arganda fueron
un par de nobles valencianos a convencerme de que es una medida infortunada
expulsar a los moriscos. Han osado pedirme que les señale otro reino que
pudiesen conquistar para vivir conforme a su condición con hacienda o morir
peleando que era harto más honroso que no a manos de la pobreza. ¿Puedes esclarecer
esto, Francisco?
—Verás Felipe…
—Su excelencia el Duque de Lerma debería tratar con más
respeto al Rey de las Españas.
—Su Majestad Don Felipe le suplico mil perdones por
abusar de nuestra amistad.
—Mas no se sabe nunca quién puede estar tras un tapiz.
Dime, ¿Cuándo he dado yo orden de que se expulse a los moriscos?
—El cuatro de abril del presente año de Nuestro Señor
mil seiscientos nueve, el Consejo de Estado tomó la decisión de expulsar a los
moriscos de los Reinos de Aragón y Valencia. Le presenté el mismo día las
disposiciones del Real Decreto para su rúbrica, cosa que usted hizo sin dudar.
También firmó las órdenes necesarias para concentrar las galeras en el Puerto
de Mallorca y movilizar a la Caballería de Castilla, mientras los galeones de la
Flota del Océano vigilaban las costas de África.
—¿El cuatro de abril?
—Sí, Su Majestad. Lo recuerdo bien porque estaba el
embajador de Prusia en palacio y usted tenía presteza en volver a su partida de
naipes con él.
—¡Salve Dios! Ahora
recuerdo. ¡Mangante, me birló quinientos reales de plata!
A ver, Francisco, llevamos
más de dos lustros con el problema. El mismo Don Juan de Ribera, como Arzobispo
de Valencia, me pidió la expulsión de los moriscos si no quería ver la pérdida
de España. Mas poco después se rectificó pidiendo la expulsión de los herejes
pertinaces y traidores a la corona que no estaban bajo la protección de un
señorío, pues sus Señores se encargarían de su evangelización.
Unos años después el Consejo de Estado nos exhortó a
enviar religiosos a los reinos de Aragón y Valencia tal y como los enviábamos a
la China y el Japón para convertir las almas que desconocían a Nuestro Señor.
¿Qué pasa con los moriscos en Valencia?
—No sé cómo contarle
la situación sin hastiar a Su Majestad. Mas lo intentaré hacer breve.
Los moriscos son
herejes, se multiplican como las alimañas, no creen en nuestro Señor y son
traidores a la corona, tienen tratos con el rey de Francia Enrique IV
amenazando la Pax Hispánica. Por esto es necesario expulsarlos.
Cuidan de las casas,
ingenios de azúcar, molinos y otras ocupaciones. Son los que trabajan las
lagunas arroceras y los regadíos, todo bajo supervisión de sus Señores. Quienes
no tendrán mano de obra para todos esos menesteres, tras su expulsión. De ahí sus quejas.
Mas no se preocupe Su Majestad, hemos ideado la manera
de que no se sientan en menosprecio. Hemos añadido unas cláusulas al Real
Decreto donde Su Majestad estipula que: los moriscos no podrán liquidar sus
bienes, ni tendrán derecho más que aquello que puedan llevar consigo. Por lo
que los Señores de los moriscos recibirán los bienes muebles y raíces de los
mismos vasallos en recompensa de la pérdida que tendrán. Además permitiremos que se queden seis
familias de cada cien, asignadas a conservar los bienes y enseñar su uso a los
nuevos pobladores que enviaremos. Todos cristianos viejos, por supuesto, de las
tierras de Castilla.
—¿Esto no será como el asunto de Valladolid, Francisco?
—Su majestad me perdone, no sé a qué se refiere.
—A que por tu consejo movimos la corte a tus tierras en
Valladolid y de nuevo a Madrid a los pocos años. ¿Qué ganas con la expulsión de
los moriscos?
—¡Su Majestad me ofende! Mas yo solo intento evitarle
molestias. La estrategia política es aburrida y fastidiosa y…
—¡Solo espero que el futuro no nos juzgue!
No hay comentarios:
Publicar un comentario