domingo, 6 de marzo de 2016

EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS

—¿Su Majestad me ha mandado llamar? Le hacía yo en Arganda, de montería, no sabía de su vuelta a la corte.
—¡La corte está donde yo esté! Mas hasta Arganda fueron un par de nobles valencianos a convencerme de que es una medida infortunada expulsar a los moriscos. Han osado pedirme que les señale otro reino que pudiesen conquistar para vivir conforme a su condición con hacienda o morir peleando que era harto más honroso que no a manos de la pobreza. ¿Puedes esclarecer esto, Francisco?
—Verás Felipe…
—Su excelencia el Duque de Lerma debería tratar con más respeto al Rey de las Españas.
—Su Majestad Don Felipe le suplico mil perdones por abusar de nuestra amistad.
—Mas no se sabe nunca quién puede estar tras un tapiz. Dime, ¿Cuándo he dado yo orden de que se expulse a los moriscos?
—El cuatro de abril del presente año de Nuestro Señor mil seiscientos nueve, el Consejo de Estado tomó la decisión de expulsar a los moriscos de los Reinos de Aragón y Valencia. Le presenté el mismo día las disposiciones del Real Decreto para su rúbrica, cosa que usted hizo sin dudar. También firmó las órdenes necesarias para concentrar las galeras en el Puerto de Mallorca y movilizar a la Caballería de Castilla, mientras los galeones de la Flota del Océano vigilaban las costas de África.
—¿El cuatro de abril?
—Sí, Su Majestad. Lo recuerdo bien porque estaba el embajador de Prusia en palacio y usted tenía presteza en volver a su partida de naipes con él.
—¡Salve Dios! Ahora recuerdo. ¡Mangante, me birló quinientos reales de plata!
A ver, Francisco, llevamos más de dos lustros con el problema. El mismo Don Juan de Ribera, como Arzobispo de Valencia, me pidió la expulsión de los moriscos si no quería ver la pérdida de España. Mas poco después se rectificó pidiendo la expulsión de los herejes pertinaces y traidores a la corona que no estaban bajo la protección de un señorío, pues sus Señores se encargarían de su evangelización.
Unos años después el Consejo de Estado nos exhortó a enviar religiosos a los reinos de Aragón y Valencia tal y como los enviábamos a la China y el Japón para convertir las almas que desconocían a Nuestro Señor. ¿Qué pasa con los moriscos en Valencia?
—No sé cómo contarle la situación sin hastiar a Su Majestad. Mas lo intentaré hacer breve.
Los moriscos son herejes, se multiplican como las alimañas, no creen en nuestro Señor y son traidores a la corona, tienen tratos con el rey de Francia Enrique IV amenazando la Pax Hispánica. Por esto es necesario expulsarlos.
Cuidan de las casas, ingenios de azúcar, molinos y otras ocupaciones. Son los que trabajan las lagunas arroceras y los regadíos, todo bajo supervisión de sus Señores. Quienes no tendrán mano de obra para todos esos menesteres, tras su expulsión. De ahí sus quejas.
Mas no se preocupe Su Majestad, hemos ideado la manera de que no se sientan en menosprecio. Hemos añadido unas cláusulas al Real Decreto donde Su Majestad estipula que: los moriscos no podrán liquidar sus bienes, ni tendrán derecho más que aquello que puedan llevar consigo. Por lo que los Señores de los moriscos recibirán los bienes muebles y raíces de los mismos vasallos en recompensa de la pérdida que tendrán.  Además permitiremos que se queden seis familias de cada cien, asignadas a conservar los bienes y enseñar su uso a los nuevos pobladores que enviaremos. Todos cristianos viejos, por supuesto, de las tierras de Castilla.
—¿Esto no será como el asunto de Valladolid, Francisco?
—Su majestad me perdone, no sé a qué se refiere.
—A que por tu consejo movimos la corte a tus tierras en Valladolid y de nuevo a Madrid a los pocos años. ¿Qué ganas con la expulsión de los moriscos?
—¡Su Majestad me ofende! Mas yo solo intento evitarle molestias. La estrategia política es aburrida y fastidiosa y…

—¡Solo espero que el futuro  no nos juzgue!

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